Otra de las técnicas básicas dentro del taller de carpintería es "el clavado". A pesar de ser una tarea sencilla, precisa también de cierta habilidad. Generalmente, los primeros clavados que realizamos en nuestra incipiente profesión como carpintero, no tienen precisamente como centro el clavo, sino el dedo; por ello, clavar una madera significará también proceder con cuidado y tomar las debidas precauciones de seguridad.
La técnica del clavado es el más rápido y el que más se usa en todos los tipos de ensamblajes; estos, como ya habíamos visto, pueden ser de tres formas: junta, que se trata de la unión que realizamos entre tablas por sus cantos y caras; empalme, cuando la unión de las tablas la realizamos por sus testas o extremos, y ensamble, cuando lo que hacemos es unir las maderas en ángulos o esquinas. Tenemos que tener en cuenta, en primer lugar, que el clavo ha de medir de largo aproximadamente tres veces el grueso de la madera que estamos intentando clavar. En cuanto al grueso, es variable, pero es interesante saber que el grueso del clavo está normalizado con respecto del largo del mismo.
Cuando vayamos a clavar un clavo que sea un poco grueso, y por esta razón pueda rajar (abrir) la madera, podemos emplear dos soluciones absolutamente precisas: una es dar un taladrado previo a la entrada del clavo; y la otra es golpear la punta del clavo contra el suelo, o bien otro sitio que sea de gran dureza, con el fin de que la punta quede menos aguda (o filosa) y no raje la madera. En cualquiera de los casos, hay que tener siempre en cuenta que cuando vayamos a clavar clavos, esto no lo hagamos en el extremo de la tabla; si lo hacemos, habremos asegurado que la tabla no llegue a fisurarse.
Es importante que siempre que clavemos clavos lo hagamos de manera inclinada; esta técnica es conocida también como técnica "de oreja"; proceder así hace que el ensamble sea más fuerte y sólo incrementa en poca medida la precisión con la que se clava. Si además de clavar el clavo de oreja le cruzamos con otro clavo el resultado de nuestro ensamble será muy fuerte.
Cuando queramos que la cabeza de los clavos no sea vista, por una cuestión de estética, es decir, que quede oculta en la misma madera, podremos emplear dos sistemas: el más habitual es el de dar cera o emplaste en el agujero del clavo después de haberlo embutido en la madera con un botador (instrumento de hierro). El otro sistema es emplear un formón o gubia, levantar una lengua de madera, clavar el clavo y después encolar esta lengua de madera. Este sistema sólo se puede emplear cuando trabajamos con maderas macizas.
Si lo que queremos es clavar el clavo porque al golpear con el martillo se nos ha doblado, o bien porque hemos decidido cambiarlo de sitio, se emplean normalmente las tenazas para sacarlo, procurando poner una madera debajo de las tenazas, de manera que no marquemos nuestros tableros, y haciendo girar la tenaza con el clavo como eje de rotación.
Otra manera de ensamblar tablas es por medio de tornillos; hoy en día, es el sistema más empleado por su fortaleza, limpieza, precisión y rapidez, pero sobre esta técnica "del tornillado" estaremos hablando en la próxima entrega.
Apuntes tecnológicos
Buril: instrumento con forma alargada y de sección, generalmente cuadrada, que por uno de sus extremos termina en punta y por el otro se halla encastrado en un mango, en general de madera o de baquelita. Su funcionamiento es similar al del berbiquí, sirviendo igualmente para marcar el inicio de un clavado.
Emplaste: producto preparado destinado para cubrir las grietas o lugar donde fue clavado la madera. Se obtiene mezclando un poco de serrín, preferiblemente del mismo color de la madera que se trabaja, y con cola blanca.
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